Sed imitadores de Dios, como hijos amados
(Basado en Efesios 5:1)
Introducción
Hermanos, ¿se han detenido a pensar cómo es nuestra relación con Dios? La Biblia no solo nos llama a ser Sus siervos o Sus adoradores, sino algo mucho más íntimo y profundo: hijos amados. Y al igual que un niño que admira y busca imitar a su padre, nosotros, como hijos de Dios, somos llamados a imitar a nuestro Padre celestial. El apóstol Pablo nos lo dice directamente en Efesios 5:1: "Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos amados."
Imitar a Dios no es una tarea imposible ni un simple deber religioso; es la manifestación natural de nuestra nueva identidad en Cristo. Es el reflejo de una relación de amor.
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1. Imitar a Dios es vivir en amor, como Cristo nos amó
Efesios 5:2: "Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante."
La primera y más grande característica que debemos imitar de nuestro Padre es Su amor. No cualquier tipo de amor, sino el amor sacrificial que Cristo demostró en la cruz. Este amor no es pasivo; es una acción. No es egoísta; se entrega a sí mismo por el bien de los demás. Es un amor que se convierte en una ofrenda a Dios, un "olor fragante" que le agrada. El amor de Cristo es el modelo supremo de cómo debemos vivir con los demás, y el primer paso para imitar a Dios.
2. Imitar a Dios es huir de las obras de las tinieblas
Efesios 5:11: "Y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas."
Imitar a Dios no es solo hacer lo que es bueno, sino también rechazar activamente lo que es malo. Un hijo de la luz no puede caminar en la oscuridad. Las "obras infructuosas de las tinieblas" son el pecado, que no produce nada de valor ni de bien. Quienes imitan a Dios no se conforman al pecado, sino que viven en la luz de la verdad, exponiendo la maldad con su vida de rectitud. No se trata de juzgar a otros, sino de vivir de una manera tan diferente que la luz de Cristo en nosotros revele lo que está mal.
3. Imitar a Dios es ser santo en toda tu vida
1 Pedro 1:15-16: "Sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: 'Sed santos, porque yo soy santo'."
La santidad es la principal característica de nuestro Padre celestial. Él es absolutamente puro, sin mancha ni pecado. Por lo tanto, el llamado a imitarle es un llamado a la santidad. Esto no es solo para el templo o la iglesia; la santidad debe manifestarse en toda nuestra manera de vivir. En nuestras conversaciones, en nuestras finanzas, en nuestras relaciones, en nuestro trabajo. La santidad es la búsqueda constante de reflejar el carácter de Dios en cada área de nuestra vida, y es la principal señal de que somos Sus hijos.
4. Manifestar bondad, justicia y verdad
Efesios 5:9: "(Porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad.)"
¿Cómo se ve la imitación de Dios en la vida diaria? El apóstol nos lo explica: se ve en la bondad, en la justicia y en la verdad. Estas no son virtudes abstractas, sino acciones prácticas. La bondad se manifiesta en nuestra generosidad hacia los necesitados. La justicia se ve en cómo tratamos a los demás con equidad. Y la verdad se muestra en la integridad de nuestras palabras y promesas. Imitar a Dios es reflejar Su carácter a través de nuestras acciones prácticas, demostrando con nuestra vida lo que creemos en nuestro corazón.
5. Imitando a Dios siguiendo los pasos de Cristo
1 Pedro 2:21: "Pues para esto fuisteis llamados, porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas."
Cristo es el modelo perfecto de cómo imitar a Dios. Su vida fue un ejemplo de obediencia, humildad y servicio. El camino del discipulado es el camino de la imitación.
Nos han sido dejadas las "pisadas" de Cristo para que las sigamos. El camino puede ser difícil, pero no caminamos solos. Al seguir Sus pasos, aprendemos a ser mansos, a servir a los demás y a obedecer la voluntad del Padre en todo.
6. Viviendo como embajadores de Cristo en el mundo
2 Corintios 5:20: "Así que, somos embajadores de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros. Os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios."
Finalmente, somos llamados a ser embajadores de Cristo. Un embajador representa a su país en una nación extranjera, y nosotros representamos el reino de Dios aquí en la tierra. Nuestra vida es un reflejo visible de Dios; por lo tanto, debemos representar bien Su carácter. Al imitar a Dios, nos convertimos en un instrumento que Él usa para rogar a las personas que se reconcilien con Él. Nuestra vida es el sermón más poderoso que alguien puede escuchar.
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Conclusión
Imitar a Dios, como hijos amados, es el propósito más alto de la vida cristiana. Se manifiesta en nuestro amor sacrificial, en nuestro rechazo al pecado, en nuestra búsqueda de la santidad, en nuestras acciones de bondad y justicia, y en seguir los pasos de nuestro Señor Jesucristo. Que hoy, con la ayuda del Espíritu Santo, podamos examinar nuestras vidas y preguntarnos: ¿estoy imitando a mi Padre celestial?
Que seamos Sus hijos no solo de nombre, sino de carácter.
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