¿Qué representa Jesús para la Iglesia?
I. Jesús es la Cabeza de la Iglesia
Esta primera afirmación establece una relación de liderazgo absoluto y vital entre Jesús y su Iglesia. Como Cabeza, su autoridad y control son inherentes y se manifiestan de diversas maneras:
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• Liderazgo implica autoridad y control (Efesios 1:20-23): Después de su resurrección y ascensión, Dios Padre exaltó a Jesús sobre todo principado, potestad, poder y señorío, y lo constituyó cabeza sobre todas las cosas para la Iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo. Esto significa que Jesús tiene la última palabra y ejerce su gobierno sobre cada aspecto de la vida de la Iglesia.
• Autoridad expresada a través de la palabra (1 Corintios 4:6): La autoridad de Jesús no es arbitraria, sino que se ejerce a través de su Palabra, las Sagradas Escrituras. Es en ellas donde encontramos sus mandamientos, sus enseñanzas y la guía para vivir como su pueblo. No debemos ir más allá de lo que está escrito, reconociendo la autoridad suprema de su revelación.
• La naturaleza de la iglesia (Juan 18:36, cf. Romanos 14:17): Jesús declaró que su reino no es de este mundo. Por lo tanto, la Iglesia, como su cuerpo, comparte esta naturaleza espiritual. Su enfoque principal no son los asuntos terrenales o políticos, sino el reino de Dios, que consiste en justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.
• La ley de entrada y exclusión (Gálatas 3:26, 27; 2 Tesalonicenses 3:6): La puerta de entrada a la Iglesia es la fe en Jesucristo, manifestada a través del bautismo. Somos hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, y todos los que han sido bautizados en Cristo, de Cristo están revestidos. Asimismo, la Iglesia tiene la autoridad, bajo la guía de la Palabra, para apartarse de aquellos que viven desordenadamente y no conforme a la enseñanza recibida.
• La obra fue determinada por la cabeza (1 Timoteo 3:15): Jesús, como Cabeza, ha establecido el propósito y la misión de la Iglesia: ser la casa de Dios, la columna y baluarte de la verdad. La obra de la Iglesia debe reflejar los propósitos de su Señor.
• El culto público estipulado por la cabeza (Hechos 20:7; Efesios 5:19; Hechos 4:31; 2 Timoteo 4:1-5; 1 Corintios 16:1, 2): La forma en que la Iglesia se reúne para adorar y edificarse también está bajo la autoridad de Jesús. Los ejemplos bíblicos nos muestran la centralidad de la predicación, la enseñanza, la alabanza, la oración y la participación en la Cena del Señor.
• Colosenses 1:18 lo resume de manera hermosa: "Y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, y él es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia." Jesús es el origen, el primero en la resurrección y quien debe tener el lugar de honor en todo lo que la Iglesia hace.
• La analogía de Jesús como el novio y la Iglesia como la novia ilustra una relación de amor, intimidad y compromiso. Él se entregó por ella para santificarla y presentarla gloriosa, sin mancha ni arruga, sino santa e inmaculada (Efesios 5:25-27).
II. Cómo Jesús es el Pan de Vida
Esta metáfora profunda revela la manera en que Jesús sustenta espiritualmente a la Iglesia:
• Él provee expiación (2 Corintios 5:18): A través de su sacrificio en la cruz, Jesús reconcilió al mundo consigo mismo, no imputándoles sus pecados. Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, ofreciendo perdón y restauración a todos los que creen.
• Él provee mediación (1 Timoteo 2:5): Jesús es el único mediador entre Dios y los hombres. Por medio de él, tenemos acceso directo al Padre. Su intercesión constante a nuestro favor nos asegura la gracia y la ayuda que necesitamos.
• Proporciona un propósito (Filipenses 1:21-24): Para el creyente, vivir es Cristo y morir es ganancia. Jesús da sentido y dirección a nuestras vidas. Nuestro propósito principal es glorificarlo y vivir para él, ya sea en esta vida o en la venidera.
• Él provee amor (Romanos 5:6-10): El amor de Dios se manifestó plenamente en el envío de su Hijo para morir por nosotros cuando aún éramos pecadores. Este amor incondicional es la base de nuestra relación con Dios y el modelo para nuestro amor mutuo dentro de la Iglesia.
III. ¿Por qué Jesús fue tan asombroso?
La singularidad y la grandeza de Jesús son innegables:
• Él habló con autoridad (Mateo 7:29): A diferencia de los escribas, Jesús enseñaba con autoridad, como quien la tiene. Sus palabras no eran meras opiniones, sino la verdad divina con poder para transformar vidas.
◦ Él enseñó la verdad (Mateo 22:15; Tito 2:15): Jesús no comprometió la verdad. Sus enseñanzas eran puras, genuinas y dirigidas a revelar el corazón de Dios y su voluntad para la humanidad. Debemos hablar con la misma autoridad, basados en la verdad de su Palabra.
◦ Él encarnó la verdad (Juan 14:6): Jesús no solo enseñó la verdad, sino que Él mismo es la Verdad. Su vida perfecta y sin pecado fue una manifestación viva de la justicia y el amor de Dios.
• Tenía el poder de hacer milagros (Lucas 7:11-17): Los milagros de Jesús eran señales de su divinidad y de la llegada del Reino de Dios. Demostraron su poder sobre la enfermedad, la muerte y las fuerzas de la naturaleza, confirmando su mensaje y su autoridad.
IV. Jesús provee todo lo que necesitamos para la salvación.
Esta es la conclusión gloriosa: en Jesús encontramos la plenitud de todo lo necesario para nuestra redención y vida espiritual.
• La supremacía de Cristo (Colosenses 2:9): "Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad." Jesús es completamente Dios manifestado en carne. En él encontramos la plenitud divina.
• La suficiencia de Cristo (Colosenses 2:10): "Y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad." No necesitamos añadir nada a lo que Jesús ha provisto. En él tenemos todo lo necesario para ser salvos y vivir una vida que agrada a Dios.
• Una separación o santificación por Cristo (Colosenses 2:11-12): A través de nuestra unión con Cristo en su muerte y resurrección (simbolizada en el bautismo), somos separados del pecado y santificados para Dios. Esta nueva vida en Cristo es una realidad presente para la Iglesia.
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En resumen, Jesús representa para la Iglesia su Cabeza soberana y amorosa, quien la guía, la sustenta con el Pan de Vida, demostró su asombrosa autoridad y poder, y provee absolutamente todo lo que necesitamos para la salvación y una vida plena en él. ¡Qué privilegio y responsabilidad tenemos de ser parte de este cuerpo glorioso del cual Cristo es la Cabeza!
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